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Títulos en las relaciones de pareja… ¿Necesarios o pasados de moda?

Dar un título a una relación de pareja tiene diferentes significados y, se ha visto una tendencia donde no todas las parejas se sienten cómodas con estas etiquetas.

Por: Eliana Páez S.

“¿Y tú y yo qué somos?” suele ser, en algunos casos, esa incómoda pregunta que genera expectativas o desilusiones, según los intereses de cada persona. Los títulos en las relaciones de pareja tienen diferentes significados y hay situaciones donde puede haber incomodidad con las llamadas “etiquetas”, en el momento de definir el rumbo de una relación.

Anibal Hernández, psicólogo, terapeuta y magíster en ciencias políticas, explica: “Se ha visto una tendencia por la inconformidad que existe en algunas parejas al momento de definir su relación, pero, más allá de si hay recetas o no y si los títulos van jugando o no, lo más importante es revisar los intereses, conversarlos y negociarlos. Eso implica espacios de conversaciones incómodas que normalmente evitamos, pero que son necesarias para construir vínculos y claridades frente a lo que tenemos en común como pareja”.

Según Hernández, definir la relación de pareja con un título es una posición que debe haber sido pactada entre ambas partes, según las formas de pensamiento de cada miembro de la relación y, por supuesto, en el marco de una negociación que permita brindar comodidad para ambos. Al haber un acuerdo, hay un compromiso de ambas partes y esto permite la fluidez emocional de una relación sana.

Al respecto, Zygmunt Bauman (1925-2017), sociólogo, filósofo y ensayista polaco-británico, propuso en su libro Amor líquido: Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (2003), la importancia de tener claridad sobre lo que significan los vínculos y los intereses, más que el título de una relación.

En sus palabras: “Tal vez la idea misma de «relación» aumente la confusión. Por más arduamente que se esfuercen los desdichados buscadores de relaciones y sus consejeros, esa idea se resiste a ser despojada de sus connotaciones perturbadoras y aciagas. Sigue cargada de vagas amenazas y premoniciones sombrías: transmite simultáneamente los placeres de la unión y los horrores del encierro”.

Según los aportes de Bauman, con el paso del tiempo, los avances de la tecnología y los diferentes modelos que se generan en las sociedades, las personas tienden a experimentar un “amor líquido”, donde hay falta de solidez y es cada vez más superficial, fugaz, etéreo y con menor compromiso.

Así lo define en su obra, donde asegura: “A diferencia de las relaciones a la antigua (por no hablar de las relaciones «comprometidas», y menos aún de los compromisos a largo plazo), parecen estar hechas a la medida del entorno de la moderna vida líquida, en la que se supone y espera que las «posibilidades románticas» (y no sólo las «románticas») fluctúan cada vez con mayor velocidad entre multitudes que no decrecen, desalojándose entre sí con la promesa «de ser más gratificante y satisfactoria» que las anteriores”.

En esa medida, asegura Hernández, “la época influye, sí. Las nuevas generaciones han evaluado las relaciones de sus antecesores y han detectado una falsedad y falta de coherencia ética, son más dados a tener intereses claros, que títulos sin fundamento. La clave es establecer un contrato afectivo para que sea viable”.

Para Hernández, tener un título o no es un acuerdo de dos y, para lograrlo, los rituales son importantes: tener conversaciones sin evasivas, vivir tiempo de calidad donde se construya un contrato afectivo para reír, crecer, llorar, incluso quejarse en pareja; un acuerdo mutuo donde haya tranquilidad y claridad sobre los vínculos afectivos.

“Estamos en la era donde no tenemos tiempo, andamos como máquinas tratando de responder a todo lo que implican los compromisos sociales y económicos, pero el tiempo de calidad es uno de los aspectos más importantes de toda relación humana, porque incluye elementos esenciales como la comunicación”, concluyó Hernández.

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